sábado, 22 de septiembre de 2012

Hermanados por el Congreso

  

Cuando ya se puede otear en el horizonte el Congreso de Laicos, a poco más de un mes de su inicio, se hacía muy necesario un encuentro en el que las experiencias de los grupos, que han estado trabajando con ilusión durante estos meses por el congreso, centrasen el argumento del guión escrito para la ocasión. En el día de hoy la teoría y la didáctica han dejado paso a las vivencias personales, que han sido las auténticas protagonistas de esta convivencia.

Iniciamos la jornada con un espacio para la oración comunitaria. En este caso era el Evangelio de San Lucas el que nos mostraba, de forma muy oportuna, la parábola del sembrador y las semillas. Como siempre que la escuchamos, deseamos ser esa tierra buena de la que se nos habla, esa tierra bien abonada, rica en nutrientes, capaz de dar el mejor de los frutos a partir de minúsculas semillas, pero somos conscientes de todas esas limitaciones y debilidades que en tantas ocasiones las cubren de piedras y zarzas, impidiendo que vean la luz. 

En fin, que lejos de caer en el desánimo, muy lejos de hecho, es ahí es donde cobra sentido el valor de vivir la fe en comunidad y para redescubrirlo tuvimos un precioso desfile de fotos que nos preparó Mar en el que se nos mostraba buena parte del trabajo llevado a cabo por  los grupos en los últimos meses. Grupos unidos con un mismo objetivo, como en muy pocas ocasiones había ocurrido en nuestra Diócesis, haciéndose las mismas preguntas pero ofreciendo siempre respuestas sorprendentemente diferentes. Aprendiendo los unos de los otros, provocando interesantes debates en los que cada cual aportaba según su particular forma de entender esta fe que a todos nos une. ¿Acaso no estamos convencidos de que estos meses nos han librado de toneladas de piedras y cantidad de malas hierbas?. Muchas más, incluso, de las que somos capaces de ver. El tiempo lo certificará.

Las experiencias personales, contadas a viva voz por algunos representantes de los grupos que han trabajado en nuestra diócesis, fueron tremendamente enriquecedoras. La cercanía de sus discursos y la reconfortante sensación que se produce al sentirnos identificados con el análisis realizado por otra persona, son siempre un refuerzo para seguir trabajando por el crecimiento de una comunidad rica y para ello pocas herramientas mejores que nuestro Congreso Diocesano de Laicos.

Tras la pausa aderezada por el café y los dulces, entramos en el detalle del programa desarrollado para los tres días del congreso, incidiendo en la igual importancia que tienen todos ellos. Desde la sencillez del viernes 26, donde predomina el espacio para el encuentro y la espiritualidad, pasando por la intensidad de las conferencias y los talleres del Sábado 27 hasta llegar al Domingo 28 a un fin de congreso que, lejos de ser la conclusión de nada, es una clara invitación a acudir también nosotros a la viña, a continuar en el tajo al que todos nosotros hemos sido llamados aunque a veces no nos demos por enterados.Tras ese Domingo 28 cuando miremos seguro que veremos con mayor claridad y cuando escuchemos entenderemos mucho mejor.

Finalizamos con el Himno y la Oración del Congreso. La próxima cita para el encuentro es en Mondoñedo, nos espera el Congreso de Laicos. Es momento de responder a la llamada. Ahora no hay excusas para no acudir.

Allí nos encontraremos.

Un abrazo de vuestr@s compañer@s de la Delegación de Laicos

4 comentarios:

  1. Cuando Jesucristo se reunió en la última Cena con sus discípulos lo hizo por última vez como ya había hecho con ellos y con otros. Estas reuniones no tenían nada que ver con los sacrificios sacerdotales del templo, sino que eran y significaban otra cosa. Estas eran reuniones de amigos que se juntaban para celebrar el “ágape”, el amor que unos y otros como amigos se profesaban, que de esa manera hacían gozosamente patente y así mutuamente se demostraban. Y eran, por tanto, en principio “anticlericales”, pues no sólo no había ni se hacían diferencias entre unos y otros (gente de clase o casta distinta), sino que eran profundamente fraternales, donde todos se consideraban hermanos por ser todos igualmente, sin diferencias hijos de Dios. Esas eran las características de sus reuniones de amigos, también la última de la última Cena, como se dice. Por tanto, no tienen nada que ver con la sociedad clerical que divide al pueblo de Dios en dos clases distintas y separadas: la casta sacerdotal y el pueblo, o los clérigos y los laicos.
    Si somos pues fieles a las intenciones y a la obra de Jesús, tenemos que reconocer que el pueblo tiene derecho a la celebración de la llamada Eucaristía, a esa reunión de amigos, tal y como hacía Jesús, sin sacar las cosas de quicio, pero en contra de una atávica costumbre o institución clerical, dado que la iglesia de Jesús no es ni, desde luego, puede ser una iglesia clerical. Y si Jesús, hoy como entonces, nos invita a reunirnos fraternalmente con la ocasión de la eucaristía o misa, como queramos, no es para celebrar un sacrificio sacerdotal en torno al altar, sino más que nada y sobre todo para, por ese camino, estimular nuestro amor mutuo, para animarnos a amarnos como él nos amó y para que, así reunidos y unidos, demostremos que nos amamos los unos a los otros y que le amamos a él, sabiendo que él por la fuerza y lealtad de su Palabra, también está con nosotros: “siempre que os juntéis dos o tres en mi nombre, allí estaré yo en medio de vosotros” Mt 18,20. Eso basta y no hace falta más. Pero es lo que por desgracia no ocurre con tantas y tantas eucaristías que se celebran todos los días en todas las iglesias del mundo, en las grandes catedrales y en el Vaticano. Pueden estar llenas, pero vacías de amor y de Jesús.

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  2. Jesús siempre reacciono contra todas las desigualdades de las que eran victimas las mujeres. Por ejemplo, en el caso de la mujer sorprendida en adulterio (Gn 8:11) enfrentándose a la doble moral que los escribas y fariseos practicaban y que servía de apoyo para mantener privilegios masculinos. Pero es interesante que para eso no recurrió a costumbres legalistas, puesto que la ley establecía el mismo castigo para el hombre que para la mujer (Lu 20-10) y requería, además dos testigos (Dt. 19-15), si no que apelo a principios espirituales: El que de vosotros este sin pecado sea el primero en tirar la piedra en contra de ella”.
    Jesús, por otro lado, enseño tanto a los hombres como a las mujeres (Mt. 14:13-21), e incluso permitió que algunas de ellas lo acompañaran a lo largo de su ministerio (Lc. 8:1-3).
    Los judíos no enseñaban la torah a las mujeres y en el templo levantado por Herodes, las mujeres estaban separadas de los hombres. Conforme la Mishna, el patio de las mujeres estaba no sólo más lejos del lugar Santísimo que el patio de los hombres, si no que, además, se encontraba quince escalones más abajo.
    Jesús, sin embargo, no dudo en usar el mundo femenino en las parábolas, como la de la levadura (Mt. 13-33), la de las vírgenes (Mt. 25:1-3), la de la viuda y el juez injusto (Lc. 18: 1-15) o la comparación del reino con la parturienta (Jn. 16:21). Entre todas destaca, sin duda, la de la humilde ama de casa que barre todo su hogar hasta que encontró la moneda perdida (Lc. 15-8). Por otro lado en comparación con las costumbres de la época, donde las relaciones entre hombres y mujeres estaban muy restringidas, las relaciones de Jesús con las mujeres fueron tan abiertas que sin duda sorprendían y escandalizaban.
    Otro ejemplo importante donde Jesús rompe los tabúes del sistema es la curación de la mujer con flujo de sangre (Mr. 5:25-34). Según la ley, durante la menstruación la mujer no sólo se volvía impura, si no que contaminaba todo lo que tocaba. Esta mujer, por lo tanto, debía vivir prácticamente al margen de la sociedad, pues padecía esta enfermedad desde hacía doce años.
    Jesús dejándose tocar por una mujer impura demuestra que el cuerpo femenino es parte de la buena creación de Dios.
    Pero sin duda uno de los hechos que mejor demuestra el concepto que Jesús tenía de las mujeres, tiene que ver con su resurrección. En el judaísmo, la mujer no tenía derecho a prestar testimonio, puesto que según los rabinos, de (Gn 18-15) se desprendía que era mentirosa.
    Jesús, sin embargo, haciendo caso omiso de estas creencias denigratorias sobre las mujeres, las escogió como primeros testimonios de la resurrección (Mt. 28:29-10, Jn20:11-18), haciéndolas no sólo las primeras receptoras del mensaje del cristianismo, si no también las primeras predicadoras del mismo (Mt. 28:10), derecho y privilegio que más tarde y aún hoy en día sus seguidores varones niegan a las mujeres.

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  3. La Iglesia como comunidad de creyentes en Jesús no morirá jamás porque Jesús así lo dijo: "Yo estaré con vosotros hasta el final de los siglos", pero las formas hay que cambiarlas porque los cristianos de a pie (los que no somos jerarquia, pero sí Iglesia) hemos madurado, somos adultos y ya no comulgamos con ruedas de molino.



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  4. MÁS MATERIAL PARA EL CONGRESO....

    Los contenidos básicos de la teología de la Iglesia, tal como eso se sigue enseñando obligatoriamente en los seminarios, interesan cada día menos a la gran mayoría de la población que todavía se relaciona con las parroquias y conventos. Por otra parte, a los clérigos se les obliga a contraer unos compromisos (obediencia al obispo, celibato, votos de castidad, pobreza y obediencia) que, sin que sean plenamente conscientes los mismos clérigos, el hecho es que esa forma de pensar y esa forma de vivir les aleja del común de los mortales. De ahí que las ideas y el lenguaje de la Iglesia están cada día más ausentes de los problemas que vive la gente. Y de ahí también que por algo será que la forma clerical de vivir, si es asumida ahora por algunos jóvenes, resulta que se trata de jóvenes que, sin saber exactamente por qué, pero el hecho es que se trata de hombres que son más integristas, conservadores y hasta más fundamentalistas que los clérigos de edad.

    Por supuesto, que en todo esto hay excepciones y sería una falsedad y una injusticia generalizar y aplicar a todos los cléricos (jóvenes y mayores) este modelo de clérigo del que aquí estoy hablando. Eso no se puede hacer. Y no se puede hacer porque son muchos los hombres y mujeres que están dando lo mejor de sí mismos para que este mundo sea más habitable. Pero nadie me puede negar que, al decir estas cosas, estoy retratando una situación que es bastante real.

    Pues bien, con todos los matices que haya que ponerle a lo que digo aquí, una cosa me parece evidente: o pronto se produce un cambio milagroso, o podemos decir que la institución clerical ha enfilado el camino de su desaparición. Pero, ¡atención!, la Iglesia no es el clero. La Iglesia seguirá adelante. Pero será una Iglesia de laicos. Una Iglesia, por tanto, en la que los laicos asuman sus responsabilidades y vean como suya esta Iglesia que tiene su origen en un laico, Jesús.

    Y que nació, no como un clero dirigente de laicos, sino como un pueblo, una comunidad de comunidades en las que todos se veían como hermanos. Y todos corresponsables de anunciar y de vivir el mensaje de Jesucristo. Las formas concretas de organización y de gestión de esta “Iglesia de laicos” no estaban claras cuando nació la Iglesia. Tampoco lo están hoy. Pero, si en sus orígenes salió adelante, también saldrá ahora y en el futuro: a corto, medio y largo plazo.

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